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Revista 17

EL QUIJOTE (Versión actualizada) por Julio Penedo

  • III Época
  • Julio 2005
  • Por Aspas Manchegas
  • 157 lecturas

Llegó, a donde estaban Don Quijote, Sancho y los cabreros, un mozo procedente de la aldea cercana, a cotillearles los acontecimientos ocurridos en su ausencia.
- ¿A que no sabéis lo que ha ocurrido en la aldea?
- ¿Cómo lo vamos a saber? -respondió uno de ellos.
- Pues sentaros y os vais a enterar.
Y poniendo voz de presentador de Tele 5, les habló de esta manera:
- Esta mañana ha muerto Crisóstomo, el famoso pastor estudiante y se le echa la culpa a Marcela, de la que estaba enamorado y mandó en su testamento que lo enterrasen en el campo, como si fuese moro, al pie de una peña, que es el lugar donde dice que la vio por primera vez y mañana lo van a enterrar.
Don Quijote le rogó al mozo que le dijese qué muerto era ese y qué pastora era aquella, a lo cual Pedro, éste era el nombre del mozo gacetillero, le respondió lo que sabía:
El muerto era hijo del lugar, el cual había sido estudiante en Salamanca y vuelto al lugar lleno de sabiduría, comenzó a predecir las lluvias, las heladas, indicándoles a sus vecinos el momento propicio para sembrar tal cosa o tal otra.
Sabía predecir cuando iba a haber nubes y claros y marejadilla en el Estrecho, así como borrascas y nieves a más de 600 metros de altura y los puertos que se iban a cerrar e incluso si las diligencias deberían hacer uso de cadenas.
- O sea, que era todo un hombre del tiempo como debe ser -dijo Don Quijote.
- No se cómo se llama esa profesión, pero todo lo sabía y aún mucho más y un buen día, no pasados muchos meses de su regreso, se volvió hippy y se vistió de pastor y se tiró al monte, en donde conoció y se enamoró de la bella Marcela que, a su vez, era hija de otro ricachón del pueblo y por aburrimiento también se había vuelto hippy y se aficionó a internarse por los bosques, revolucionando al personal masculino, sin darles esperanzas a ninguno de los que se le acercaban, pues el cuerpo sólo le pedía disfrutar de los árboles, de los arroyos y de los hierbajos, tal era su naturaleza.
«No lejos de aquí hay un lugar lleno de hayas y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela: «Crisóstomo quiere a Marcela», «Ambrosio ama a Marcela», «Cristóbal está loco por Marcela»... y Marcela cada vez que pasaba por allí intentaba borrar tales inscripciones arrojándoles bostas de vaca.
Al día siguiente, los cabreros acompañados de Don Quijote y Sancho, se dirigieron al lugar donde iba a ser enterrado Crisóstomo.
Por el camino se encontraron con otros que iban a lo mismo y uno que se llamaba Vivaldo le preguntó a Don Quijote que era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierras tan pacificas, a lo que contestó Don Quijote: -¿Es que no se ve a las claras que voy vestido de caballero andante?
Y como el otro no sabía lo que era un caballero andante, Don Quijote se extendió largamente en explicárselo, haciendo alusión a las hazañas del Rey Arturo, a los caballeros de la Tabla Redonda, a Tirante el Blanco y a Amadís de Gaula, entre otros.
- Paréceme señor -le dijo Vivaldo- que ha profesado una de las más peligrosas profesiones que hay en la tierra.
-Tan peligrosa es y tan necesaria como la de los futuros Geo y aún si me apura, como las de los mismísimos artificieros que se dedican a desactivar los explosivos.
Y andando, andando, llegaron al lugar del enterramiento, donde ya habían llegado con el cuerpo de Crisóstomo sobre unas andas cubiertas de flores.
Mientras cavaban la sepultura, todos los allí presentes, quedaron sorprendidos ante la presencia de Marcela, que no quería perderse también ella la movida.
-¿Vienes a jorobar o qué? Además, ¿quién te ha dado vela en este entierro? -le dijo uno de los pastores.
-Tranqui, tío -le contestó Marcela-. Vengo a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Crisóstomo me culpan. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. De momento, ninguno me ha hecho tilín, así que no tengo por que liarme con nadie. Por lo pronto me conformo con disfrutar de la hermosura de estas montañas y de este cielo manchego que es una bendición.
Y diciendo esto se dio el piro, internándose en el monte.
Don Quijote cerró los capítulos prohibiendo tajantemente que nadie se moviera de su sitio, ordenando que al acabar el acto tan fúnebre al que estaban asistiendo, cada uno se largase en sentido contrario al de Marcela, pues pretendía a toda costa que la fiesta terminase en paz.

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