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Revista 17

COLOQUIO DE CERVANTISTAS EN ARGAMASILLA DE ALBA

  • III Época
  • Julio 2005
  • Por Aspas Manchegas
  • 162 lecturas

Siempre resulta placentero escribir una página sobre Cervantes. Hoy, sin dejar de serlo, mis palabras están teñidas, si no de tristeza, al menos de nostalgia por el amigo que se fue; el que se empeñó, hasta conseguirlo, en introducirme en el insondable mundo, de imaginación y fantasía, del creador de Don Quijote.
Como en otras ocasiones, es agradable referirnos al Manco de Lepanto; las brumas melancólicas nos embargan, pese a ello, en razón del homenaje a José María Casasayas, fundador de la Asociación de Cervantistas -a la que me honro en pertenecer- y fallecido el año pasado.
En el Coloquio de Argamasilla, se han dado cita distintas instituciones y personalidades, para loar a un hombre que se desvivió por ensalzar al genio por excelencia de nuestras letras españolas. Ya la primera lección magistral, pronunciada por nuestro querido Santiago López Navia, íntimo colaborador de José María, nos deleitó con aportaciones interesantes sobre el humor de Casasayas.
Resulta imposible analizar o resumir las diversas intervenciones que compusieron el acto nuclear del Homenaje, el día 7 de mayo; su alusión individualizada, con la relación mínima de sus ideas básicas, nos exigiría un espacio muy superior al concedido. Así pues, me limitaré a exponer unas brevísimas reflexiones sobre su traducción del Quijote al mallorquín, cuya presentación vino a convertirse en el centro natural del Coloquio.
Se trata de una obra completa, pese a la evidencia de que el sentir, vivir y actuar de José María, en el transcurso de los años (?), demostró que no lo estaba; es decir, en cuanto a la fecunda labor de su autor, fue, por esencia, incompleta. Bajo ningún sentido su incompletud admite comparación con la de La Galatea cervantina; este prometió, hasta las postrimerías de su existencia, cuando tenía «puesto ya el pie en el estribo / con las ansias de la muerte», la continuidad de su novela pastorial; pero lo cierto es que nunca volvió a tomar el cálamo para añadir ni un solo capítulo. Don Miguel de Cervantes se llevó a la tumba su proyecto. Dejando al margen otros casos similares y desemejantes, el problema de la inconclusión de la traducción de Casasayas fue que se le pasaron los lustros, hasta acabársele la vida, dando los últimos retoques que doblaron y triplicaron su extensión.
En esta pieza magistral, cumbre -desde el punto de vista científico y literario, se entiende- del hombre José María Casasayas, latía su convencimiento de que el mallorquín era una verdadera lengua. Para algunos, su proyecto, al menos en sus inicios, pudo resultar ambicioso en exceso; pero basta ojear sus páginas para comprobar el hecho: es muy posible que algunos catalanistas -tan catalanistas, que resultan muy malos catalanes- de los más empecinados en negar la realidad multilingüística -fundamentalmente esnobistas, oportunistas y pigmeos mentales-, no entiendan las mejores páginas del Quijote isleño. Habrá que ver cómo explican semejante incomprensión.
Pero... dejemos a los politicastros con sus miserias, ambiciones y miopías sociales. Frente a ellos, José María Casasayas se alza con humanidad majestuosa en una doble vertiente, a partir de un fundamento único: mallorquín y, por ello, español. Enamorado del Quijote, consagró envidiables energías -juveniles y de madurez- a la propagación de su calidad literaria y humana. Convencido de su perfección lingüística, defendió -y su «versión» lo prueba- que el mallorquín poseía esa riqueza, evidenciada, además, con la diversidad de giros y expresiones repartidos por las queridas Islas Baleares, y de los que el traductor ofrece incontables ejemplos.
Lejos de empobrecer a su tierra, el regalo esforzado de José María representa el enriquecimiento múltiple en lo local y nacional, como enseñan los pocos imperios de la historia, cuya pervivencia traspasa los siglos, o la sabia postura de pueblos con perspectiva de futuro -baste recordar el hecho de que Suiza dedica cantidades ingentes de dinero al mantenimiento y conservación de su «romanche», pero no a costa de renunciar a los vehículos que abren, a sus ciudadanos, la comunicación con sociedades de aquende y allende los mares-. Lo contrario, el empobrecimiento lingüístico e intelectual de la gente sencilla, es objetivo de políticos miserables arrastrados por intereses bastardos -preocupados por conocer y que conozcan sólo «los suyos» otros idiomas-. Con pretensiones de jíbaros y aspiraciones de vuelos de mariposa junto a la vela encendida, están a años luz del buen gobernante, preocupado por el bien común; pretenden satisfacer sus ambiciones particulares, cumplir sus ansias de odio y revanchismo, y, sobre todo, impedir al pueblo llano tener la mente abierta al conocimiento y al plurilingüismo recomendado -y exigido- por nuestra sociedad actual.
A estos cantamañanas, chantajistas y traidores al amor de su pueblo, se les ve demasiado el plumero, sin importar las siglas ni banderas bajo las que se envuelvan, pues su único dios es su vientre y ambición; así lo han denunciado los intelectuales que les han «plantado cara» en nombre de la inteligencia y la más elemental lógica. Tales especímenes no se privan, si llega el caso, de citar a Don Quijote; ahora bien, cuando lo hacen, no saben lo que dicen. Más aún -y esto deprime y amarga, por cuanto implica de dictatorial y nazismo-, en su vida pública... tampoco dicen lo que saben... y, reiteramos, ni hacen lo que deben.

Juan Manuel Villanueva

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