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Revista 15

La otra vida heróica de Cervantes

  • III Época
  • Abril 2004. Extraordinario
  • Por Aspas Manchegas
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Como se expresa en el título de este trabajo, pensado y sentido con el fin de celebrar la Fiesta grande, grandísima del Libro y un nuevo aniversario de la muerte del más importante y universal escritor que España ha dado a lo largo de su historia, voy a referirme a la vida heroica de Miguel de Cervantes; pero, entiéndaseme bien, heroica en la acepción más profunda y real de esta palabra. Decía Voltaire que apenas le interesaban los héroes tal y como los presenta la historia convencional, que pocas veces le entusiasmaron los encumbramientos, entre otras razones, porque suelen hacer demasiado ruido. El héroe, se ha comentado en tantas ocasiones, sólo permanece mientras dura su falta de razón, su pérdida de una orientación más elevada y trascendente, y Cervantes, bien se percibe a lo largo de su obra, fue siempre persona reflexiva, ingenio prudente, magnífico consejero de la humanidad, aunque también hombre de acción, esforzado y generoso, como demostró, principalmente, en sus años del cautiverio de Argel.

Por tanto, hemos de entender y proclamar que su heroismo, la universalidad de su pensamiento, constituye un ejemplo permanente para todos, una manera de interpretar el más alto sentido humanístico y cristiano de la vida, reflejado, esencialmente, en la figura de don Quijote: "Los soldados y caballeros somos ministros de Dios y brazos por quien se ejecuta la justicia"; "La libertad es uno de los dones más preciados que a los hombres dieron los cielos"; "Con la libertad no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre". O sea, que si Flaubert pensaba que era su propia Madame Bovary, no cabe duda de que Cervantes fue el retrato espiritual, la conciencia renacentista y postridentina de Alonso Quijano, de aquel hidalgo manchego que acometió la grandiosa aventura de superar los argumentos de una sociedad artrítica e instalarnos ante la perspectiva de una verdad superior.

Es evidente que el dolor y la grandeza de ánimo, la voluntad en definitiva, fueron su destino y su dramaturgia. Mucho más que aquel heroismo justamente glorificado en "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados y venideros", o la valentía demostrada en el duelo con Antonio Sigura en los pasillos del Palacio Real. Aquello fue otra cosa, quizá la época de su mayor desconcierto, en la que hubo de ganarse la vida y salvarse del único modos que le fue posible. A la servidumbre y a la guerra le llevaron la necesidad, casi la hambre, pero ningún proyecto de medrar como hombre de tropa. Cierto que Cervantes, en aquellos años de su juventud, buscaba con ahínco destacar en algo, ver el modo de conseguir algún cargo en la burocracia, bien en España o en los virreinatos de América. Pero sabido es en qué quedaron aquellas pretensiones.

El grandísimo escritor, el principal artífice de la prosa española fue siempre hombre de paz, de libros, amante de la novela y del teatro, aficionado a la poesía, ese don, como se lamentaba, que no quiso darle el cielo. Pero es evidente que con estos propósitos, con estos bagajes y presupuestos, su vida habría de despeñarse por los acantilados de la adversidad. Los escritores, se ha dicho tantas veces, somos como un doliente poema sin corregir, como un día de lluvia y sol en primavera. "Escribir es llorar", sentenció Mariano José de Larra. Escribir, ser escritor, decimos quienes conocemos tan dura y apasionante aventura, es, en definitiva, un destino, siempre una opción heroica. Y es a esa clase de heroísmo a la que me estoy refiriendo en el caso del autor del Quijote. "Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible". Palabras de don Quijote, palabras de Cervantes.

Pocas veces se ha dado el caso de una infancia tan triste y desvalida. Su padre, cirujano-sangrador, se veía y deseaba para sacar adelante a su familia, numerosa al modo de aquellos tiempos. Incluso contrajo deudas que dieron con sus huesos en la cárcel. Cuentan sus biógrafos que el niño Miguel de Cervantes presenció consternado cómo su progenitor era conducido a prisión ante la curiosidad de los vecinos. Es posible que fuese aquél el primer episodio verdaderamente heroico de su vida. Ramón de Garciasol, tan fieramente humano, refería en su libro "Claves de España: Cervantes y el Quijote", que todo se conjuraba para poner al niño Cervantes al borde del precipicio. "Pudo - escribe-haber contraído un sentimiento de inferioridad que le hiciese resentido y esteril, cuando no delincuente". Pero si la pobreza suele empujar a la degradación a los hombres inferiores, a los espíritus de rango esclarecido les incita a la superación, a no apoltronarse en la comodidad, a estar siempre vigilantes, con los ojos bien abiertos ante el fragor de un mundo que nos pide siempre un esfuerzo supremo.

La vida de Cervantes, como es bien sabido, fue haciéndose, formándose, tomando cuerpo, ganando altura en sus innumerables adversidades y contratiempos. Siempre recabando del tiempo un concepto metafisico de acuerdo con sus lecturas y experiencias. Cierto que no pudo cursar estudios universitarios como lo hicieron Lope de Vega, Góngora o Quevedo, pero lejos de una abatida resignación, esto bien pudo ser el origen de una rebeldía sublime, de una verdadera pasión creativa. Lo recordaré siempre que llegue la ocasión: "No hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular consistencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura". Aunque, como ha escrito Fernando Arrabal: "Si en el siglo XVII existido hubiera el Premio Cervantes de Literatura, no hubiera extrañado que lo ganara Alonso Fernándes de Avellaneda, el autor del falso "Don Quijote".

Lo tenía muy claro Cervantes: "Somos hijos de nuestras obras y nadie es más que otro si no lo demuestra haciendo más que otro". Lo que sucede es que hace falta mucho valor, mucha voluntad, mucha inteligencia, mucha fe en sí mismo para afrontar de ese modo la tremenda aventura de la vida. Nada que ver con con las heridas de cualquier batalla, con los contratiempos amorosos y familiares. Los desaires de la Corte y la indiferencia de sus contemporáneos debieron doler más a Cervantes mucho más que los arcabuzazos de Lepanto o los duros castigos de Argel. Verse postergado como autor teatral debió producirle una profunda rabia contenida, pues sabía que con su "Numancia" preconizaba lo que habría de ser el teatro moderno y sabía también que en sus entremeses había superado los esbozos de Lope de Rueda y Juan del Encina, incluso que fue más allá de las formas de transición creadas por Gil Vicente o Sánchez de Badajoz.

Nos hallamos, qué duda cabe, ante una historia con mucha amargura y desamor acumulados, ante un personaje -el precursor del género novelescopor el que han pasado muchos estudiosos, muchos eruditos, y sobre el que se han vertido demasiadas leyendas, algunas de ellas realmente peligrosas. Desde la primera biografía dada a la imprenta en 1738 por Gregorio Mayans y Siscar, hasta los más recientes e importantes trabajos de Francisco Rico o de jean Canavaggio, éstos realmente esclarecedores. Porque Cervantes no fue sólo el gran adelantado de la novela española, sino el inspirador de lo que ha terminado siendo todo un género literario, el cervantismo, cuyo maestro y decano en España es el catedrático Martín de Riquer

La otra vida heroica de Cervantes. Pido disculpas por la reiteración textual, por mi insistencia en aclarar y confirmar cuál fue el sentido mayor y más alto de esa actitud. El Diccionario de la Real Academia define al héroe como "varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes". También, esto en la cuarta acepción, se refiere al "personaje principal de todo poema en que se representa una acción, y del épico especialmente". Y no es que Cervantes no participe de esos méritos. Bien claro se advierte en sus biografias. Pero, repito una vez más, el heroísmo que corona su grandeza literaria y humana proviene de otras fuentes mucho más fecundas y universales, de un concepto mucho más elevado de la condición humana.

Cervantes había aprendido de su maestro Juan López de Hoyos que el talento no es un don celestial ni un milagro caído del cielo, sino el fruto del desarrollo sistemático de la voluntad. Incluso que el talento hasta puede ser una cuestión de amor. Y del amor nos habla por boca de Sancho en el capítulo XIX de la segunda parte del "Quijote": "Que el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer al oro cobre, a la pobreza riqueza y a las legañas perlas-. Efectivamente, Cervantes se aparta siempre de la heroicidad espectacular y decorativa y busca en todo momento motivos y razones diferentes en los que apoyar el vigor de su conciencia. Cree en el esfuerzo colectivo de los pueblos y asegura que los héroes pueden llegar a ser peligrosos porque siempre quieren tener razón e imponerla.

La otra vida heroica de Cervantes. Héroe en el sentido más alto de la heroicidad, en la lucha diaria de vivir con honestidad, por demostrar que cada cual es hijo de sus obras y nada más que eso, que nadie es más que otro si no le aventaja en sabiduría y diligencia, que no existen valores máyores que los del amor y la generosidad. De ahí que toda todavía, recordando los versos cébres de Ventura de la Vega, y con ellos termino:

Si de Norte a Mediodía,
en uno y otro hemisferio,
no abarca ya nuestro imperio
los pueblos que abarcó un día,
por un nombre todavía
somos lo que fuimos antes,
pues que los más arrogantes,
las glorias de España ultrajan,
callan y la frente bajan
cuando decimos: Cervantes.

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