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Revista 14

La ruta de Don Quijote. Patrimonio de la Humanidad.

  • III Época
  • Septiembre 2003. Extraordinario
  • Por Aspas Manchegas
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Fue en Mota del Cuervo y en un acto promovido por la Asociación Castellano Manchega de escritores de turismo (ACMET) donde se habló por vez primera, públicamente de la posibilidad de que la ruta de don Quijote fuese declarada Patrimonio de la Humanidad. Corría, si no me equivoco, el año 1993. Es decir, que ha pasado una década desde entonces.

Dos años después la idea volvió a ser lanzada, ahora como una de las conclusiones nacidas del Congreso Internacional "Ruta de Don Quijote" convocado por la citada Asociación y cuyas brillantes jornadas se celebraron en Ciudad Real del 16 al 19 de febrero de 1995, con abundante participación de escritores, historiadores, cervantistas y representantes de los municipios manchegos.

No se trataba de un sueño vano, imposible de hacer realidad. Existen, al menos que yo sepa, dos precedentes, dos rutas incorporadas por la Unesco al catálogo del Patrimonio de la Humanidad. Son dos rutas muy distintas entre sí: una asiática, otra europea, la primera comercial, la segunda de carácter religioso, pero ambas de una enorme trascendencia en la historia y la cultura de los pueblos. Nos estamos recibiendo la ruta de la seda y el camino de Santiago.

La ruta de la seda fue establecida en la Edad Media para hacer llegar a los países de Europa las manufacturas textiles y los productos característicos del Lejano Oriente. Era una ruta de caravanas, una ruta de mercaderes, larga y llena de riesgos, pero gracias a ella pudo producirse un intenso intercambio mercantil que fue también intercambio de culturas. La ruta de la seda sirvió al italiano Marco Polo para introducirse en el desconocido Oriente y revelar después a sus contemporáneos europeos la existencia de razas, civilizaciones, sociedades y costumbres totalmente insospechadas.

El camino de Santiago fue el gran motor que impulsó la unión espiritual y religiosa de la Europa medieval. Era una ruta de peregrinos, de caminantes movidos por la fe y por la devoción al apóstol Santiago, cuyo sepulcro había sido descubierto en la galaica Compostela. Estos peregrinos traían a España su lengua y cultura, su arte y su sentido de la vida, y se llevaban nuestros valores a sus países de origen. Esta ruta, como la anterior, provocó también un profundo intercambio que haría posible la realidad en Europa moderna.

La ruta que se proponía desde el congreso manchego era muy distinta. Era la ruta literaria, físicamente inexistente, pero cuya realidad virtual era conocida por todos los pueblos de la tierra. No tenía contenidos comerciales ni religiosos, aunque muy bien pudiera tenerlos en el futuro, cuando su trayectoria fuese fijada sobre el terreno. No había movido caravanas ni peregrinaciones, pero había hecho nacer en la conciencia de millones de seres de diversas generaciones y nacionalidades la posibilidad de elevarse sobre la realidad material para servir a un ideal de justicia y amor. Gracias a don Quijote y a su proyección universal, esa capacidad humana de subordinar la existencia a un ideal sublime constituye un auténtico Patrimonio de la Humanidad, un patrimonio sobre el que la Unesco debería llamar la atención si quiere hacer un mundo más justo y humanitario. Promover la ruta de don Quijote, lograr que acudan a ella gentes idealistas de todos los puntos cardinales sería, no todo no sólo propiciar el desarrollo de la región manchega, sino desarrollo espiritual del mundo en los conflictivos albores del siglo XXI.

Lamentablemente, la propuesta, tras el fervor inicial, fue quedando relegada hasta caer poco menos que en el olvido. Los llamados, por normativa legal a impulsarla son las autoridades administrativas y políticas. Y éstos nunca han dicho que no, pero tampoco han dado un paso hacia delante. Viven, por lo general, más en el terreno de Sancho que en el don Quijote.

Yo pienso que debería aprovecharse la próxima celebración del cuarto centenario de la publicación del Quijote, al que tanta relevancia quiere darse, para volver decididamente a la carga. Es un momento inmejorablemente oportuno para hacer llegar a la Unesco, de forma oficial, la solicitud de que sea declarada Patrimonio de la Humanidad la ruta de Don Quijote y de recabar para este fin todos los apoyos posibles necesarios. Si así no se hace, si no se pone en marcha de una vez el proceso para conseguir este legítimo anhelo, el centenario será sin lugar a dudas las gran ocasión perdida.

Enrique Domínguez Millán.
Presidente Honorario de la Asociación Castellano-Manchega de Escritores de Turismo.
Vicepresidente del Asociación de Escritores de Castilla la mancha.
Miembro numerario directivo de la Real Academia Conquense de Artes y Letras.

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