Revista 14

D. Quijote de la Vega

• III Época
• Septiembre 2003. Extraordinario
• Por Aspas Manchegas
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Nunca viese D. Quixote mejor definición de su Mancha, que la que hiciera el enconquensado Sebastián de Covarrubias, hacedor del «Tesoro de la Lengua Castellana o Española», en la mismísima catedral de Cuenca -donde hay o había, retrato de él en su «Libro de Fundaciones»-, todo por allá, por aquellos años de 1611, o quinientos y pico años después, en la edición o adiciones de Benito Remigio Nojders publicadas en 1674; en fin, tiempos de Felipe III al que estaba dedicado: «Dirigido a la Majestad Católica».
Pero bien, no íbamos por ahí -que esto lo contó todo el Dom de la Vega, en su sabiduría extrema- autor de esta efervescente y máxima prolongación de las mil y una partidas de nuestro héroe manchego y no tanto como pueden comprobar si leen «Vías de Dom Quixote e caminhos de liberdade», en el que un tal Enrique Fontanillo Merino (Dios lo guarde), escribía: «charlando con unas gentes de Cervantes de Sanabria, en la plaza, en que está la fuente seca que se cita en el Quijote, me decían:
- Aquí sabemos de siempre que Cervantes nació en este pueblo». (1)
Aunque, en realidad, se trataba de hablar y parangonar la meticulosidad, la aventura y triunfos en la crónica de nuestra civilización siglo XXI, la expresión de, en los capiteles de su pluma, lápiz, pincel o similar, por pintar al Caballero del Tercer Milenario. Su imaginería e imaginación, recomponen un nuevo Quixote -recién parido-, como hiciera en su grandioso momento -tal por cual- el denominado Paolo Ucello, pintando, todo tecnicolor, la Batalla de San Romano, no recuerdo ahora con qué motivo.
O sea, que estaba ahí, invisible, el metafísico Quixote de Víctor de la Vega, en su colección; inédita del corazón y cerebro, como un mito confirmado y aparecido para nosotros. Siempre, como decía Jacques Sternberg, la salida está al fondo del espacio. Gracias Víctor.


Raúl Torres Herreros