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Revista 12

Un Herrero

  • III Época
  • Agosto 2002
  • Por Aspas Manchegas
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Entrevistamos hoy, día 4 de junio de 2002, para "Aspas Manchegas" a D. Gabriel Fernández Laguía, miembro de una casta de afamados herreros; nieto, hijo y hermano de herreros. Gabriel está jubilado, desde hace unos 11 años, de la actividad a la que estuvo dedicado desde muy temprana edad y en la que conoció muy distintas etapas y cambios, como espero nos diga.

- ¿A qué edad comenzaste a trabajar el hierro?

- A los diez años. Comenzó por entonces la Guerra Civil, en el 36. Cumplí los diez años en el mes de mayo, el día 9. Por entonces me uní a mis hermanos: Gregorio, Jesús y Pablete, éste poco mayor que yo, para comenzar a trabajar en la fragua familiar. Eramos los varones de una familia de siete hermanos. Mi padre murió cuando yo tenía cinco años y no teníamos para subsistir más que la herrería y nuestro trabajo. Gregorio, el mayor, era quien dirigía y soportaba todo el peso, pero... comenzó la guerra y se lo llevaron al frente. Nos quedamos: Jesús con 14 años, Pablete con 12 y yo con 10 años. Con estas edades ya puedes figurarte cual era nuestra experiencia. Al llevarse a Gregorio, pensamos en cerrar la fragua, pues éramos tres críos inexpertos; pero entonces nuestro Ángel de la Guarda surgió en la persona del hermano Luis Morales, carpintero vecino nuestro y padre de nuestro amigo Bernardo. Nosotros teníamos la fragua en la calle San Francisco y él la carpintería en la calle Las Vacas, esquina a Fray Luis de León. El y Doroteo Morales (Pimparro), otro carpintero también vecino, cuando se enteraron de que íbamos a cerrar trataron de disuadirnos, alentándonos a seguir. Recuerdo que nos preguntaron: ¿Sabéis calentar un "redondo" y hacer con él una ese? Al contestarles que sí; dijeron: pues si sabéis eso y "auzar" (aguzar) una reja, debéis continuar y lo que no sepáis ya lo iréis aprendiendo; nosotros os ayudaremos proporcionándoos trabajo. Porque los herreros siempre fuimos unidos en el quehacer con los carreteros (carpinteros). Nos animaron y seguimos.

- ¿Llegaste a ir a la escuela?

- Muy poco. A los 7 años comencé a ir a trabajar al campo y a los 10 a la fragua. Por esto fui muy poco con D. Mariano. Apenas pude aprender a leer y mal escribir. No era como ahora.




Gabriel y Pablete, con unos amigos, en la puerta de la herrería


- Volvamos a la fragua. Estábamos en la guerra, ¿cómo y de dónde os suministrabais de carbón?

- Lo adquiríamos en "La Administrativa" que estaba en la casa incautada que fue de D. Abelardo Tarrios y luego, después de la guerra, fue de Rafael Gismero, en la calle Mayor. Allí tenían concentrada la administración de todas las fincas incautadas del pueblo. El carbón lo traían de Puertollano y la mayoría venía en polvo; muy bajo en calorías, muy malo. Teníamos que hacer una pasta amasándolo con agua para echarlo al fuego, pero era tan malo que no llegaba a calentar lo suficiente. Había otro carbón que venía en forma de grandes bloques, carbón de piedra, que teníamos que romper con la "envaina" (almaina) para poder utilizarlo. Este era de mejor calidad. Todo el carbón lo traían de Puertollano y lo depositaban en el almacén municipal que estaba en la iglesia. Esta la habían "limpiado" de retablos y de santos y la habían convertido en plaza de abastos y almacenes, instalando en ella la báscula municipal. El carbón lo tenían en la capilla donde hoy está la imagen de San Juan.

- Con referencia a los "santos" de la iglesia, yo recuerdo como al pasar por la plaza, por lo que hoy es el juzgado y en donde entonces estaba la sede de los Pioneros, olía que apestaba a pintura, tufo que salía de la estufa donde quemaban para calentarse los trozos de madera en que habían convertido las imágenes, los retablos de los altares y el órgano (este valdría hoy millones). Pero volvamos al carbón. ¿A cuánto os costaba el kg.?

- A nada. No nos costaba nada, nos lo daban, sólo teníamos que ir por él al almacén; no ves que le trabajábamos a "La Administrativa".

- ¡Barato! ¡Buena administración!

- Así resultó al final.

- Para mantener el fuego y avivar el carbón encendido ¿cómo os valíais?

- Soplando con las fuelles. Luego estas se sustituyeron por un ventilador eléctrico. Quien primero lo instaló fue mi primo Ferminillo y luego nosotros allá por el año 49, cuando yo estaba haciendo la mili en Madrid, en automovilismo.

La fragua fue sufriendo transformaciones, a mejor, y esta del ventilador fue una. Otra fue sustituir el "macho" (martillo muy pesado) por el martinete. Este fue primero de ballesta y luego de aire comprimido, neumático, movidos eléctricamente con sólo pisar un pedal. El trabajo se fue humanizando al ir usando las máquinas en vez de la fuerza de los brazos. Cuando yo empecé todo había que hacerlo empleando la fuerza al manejar los diferentes martillos y la maña. Por ejemplo, para "auzar" y calzar las rejas había que seguir un proceso muy curioso calentando al rojo vivo la reja y el calzo empleando arena para templar por fuera los hierros manteniendo el calor por dentro, para luego en el yunque lograr unirlos a martillazos. A este procedimiento le llamábamos soldar a calla. Con el martinete se alivió la faena. Uno de los trabajos que hacíamos en conjunción con los carpinteros era la construcción de los carros y las galeras. Las medidas nos las facilitaban ellos.

- A mí, de chico, me llamaba la atención el trabajo que hacíais en la calle para ponerles los aros a las ruedas de las galeras.

- No me extraña, porque era un trabajo muy espectacular. Se realizaba en la calle formando un ruedo con piedras o con adobes y a veces se metían hasta 10 ó 12 aros en el redondel. Este se llenaba de tacos de leña de pino o, mejor, de carrasca a la que se pegaba fuego para dilatar los aros calentándolos y luego poder encajarlos en las ruedas de madera. Para saber si los aros estaban suficientemente calientes empleábamos una tabla que arrimábamos a los aros y si estaban listos la tabla humeaba a punto de arder y si no era así es que a los aros les faltaba punto y no estaban aún en condiciones para meterlos en las ruedas. Una vez encajados los aros en las ruedas a base de maña y martillazos, se montaban las ruedas en unos borriquillos y se les daban vueltas, metiéndolos en una pequeña zanja con agua, y así se iban enfriando, quedando los aros perfectamente acoplados a la madera. Estos trabajos han desaparecido por completo.

También han desaparecido prácticamente otros trabajos, como el de la forja pues hoy todo viene preparado de las fundiciones, a la medida que encargues, y luego sólo tienes que limitarte a soldar con la eléctrica que ha sustituido por completo a la soldadura hecha a "caída'; por ser la eléctrica más rápida y cómoda. En mis primeros tiempos los herreros nos teníamos que fabricar todas las herramientas que usábamos. Hasta las brocas para hacer los taladros nos los hacíamos nosotros empleando los muelles de los trenes, porque eran de acero muy suave y a la vez muy bueno. Hoy todo viene hecho de fábrica, repito.

- ¿Es cierto que, como los carreteros, vosotros ayudabais también a los agricultores en la época de la recolección a "pasar" el grano a las cámaras?

- Cierto. Ayudábamos incluso en la era a aventar y luego a pasar el grano y todo sólo por amistad y agradecimiento por el trabajo que nos daban durante el año. Porque el pago nos lo hacían según el trabajo, por un ajuste convenido de antemano. Así, por auzar las rejas las veces que hiciesen falta durante el año, cobrábamos, por una yunta de mulas, media fanega de trigo, por yunta y media tres cuartillas y por dos yuntas fanega y cuartilla. Al final juntábamos unas treinta fanegas de trigo, con lo que teníamos asegurado el pan. Cobrábamos al final de la recolección. Estos ajustes eran para los moteños, porque los de Santa María de los Llanos, que venían todos los sábados, nos pagaban en huevos. Por auzar una reja nos daban un huevo y los que traían 3 ó 4 rejas nos daban 3 ó 4 huevos. Se me olvidó decirte que, el día que ayudábamos a pasar el grano de la era a la cámara, el agricultor nos convidaba a merendar y a una zurra que nos alegraba y nos daba fuerzas, esto nos hacía que compitiésemos a ver quien era el que más fanegas pasaba.

También he de decirte que tanto los carreteros como nosotros los herreros siempre hemos ido al paso de las necesidades de los agricultores. Primero, durante muchos años, construimos los carros y las galeras con llantas de hierro. Luego se sustituyeron por remolques, que aunque de tracción animal, ya los hacíamos con ruedas de goma. Por fin, al ir mecanizándose el campo, comenzamos a hacer los remolques para ser arrastrados por tractores, fabricándose incluso los remolques basculantes que son los más modernos y prácticos.

- Cuéntanos alguna anécdota con algún cliente.

- Son muchas; pero recuerdo una que me ocurrió cuando tenía yo 17 ó 18 años. Fue con el hermano Ezequiel, El Bolero, el abuelo de José Zarco, este que vive cerca de la Iglesia. Se me presentó un día con un azadón en la mano pretendiendo que se lo calzase a calla, cosa muy difícil por la poca consistencia de la pala del azadón. Le dije que no
se lo podía hacer, pero él enfadándose se empeñó en que se lo hiciese. Total que para no quedar mal, cogí el azadón y después de emplear casi toda la mañana con mucho cuidado y a base de emplear todas mis artes logré hacerle el empalme a caída por lo que cobré tres pesetas. No podía cobrarle más, porque un azadón nuevo no valía más de cinco pesetas en la ferretería.

- ¿Qué anécdota recuerdas de tu trato con carpinteros?

- Una con Doroteo Morales quien estaba haciendo con mucho esmero un carruaje y nos llevó las ruedas a que le pusiéramos los arcos. Los cubos de estas ruedas... ¿Sabes lo que son los cubos?, donde van las manguetas de los ejes. Bueno, pues aquellos cubos tenían labrados por el mismo Doroteo unos adornos en forma de cordoncillo. Era un capricho de artesanía que resultaba bonito, al darles cierta prestancia, pero al que ni mis hermanos ni yo prestamos atención y... total, que nos cargamos el cordoncillo al ponerles los cellos a los cubos. Nosotros no le dimos importancia. Fue al principio, cuando estábamos aprendiendo el oficio; pero... llegó Doroteo y al ver el cordoncillo roto se llevó las manos a la cabeza exclamando: ¡¿qué habéis hecho?!. Cogió un cabreo impresionante y nos echó un broncazo fenomenal. Nos quedamos impresionados, tanto que aún hoy lo recuerdo como reciente. En fin, eran los principios. Pero a fuerza de todo fuimos maestros y me cabe la satisfacción de poder decir que, al final, en nuestro oficio, no hubo quien nos adelantase, presentando los trabajos impecablemente.

- Me consta que eso es cierto y aquí queda dicho.

Gracias, Gabriel.

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